Isaac Páez Catalán
El fútbol o, mejor dicho, los acontecimientos producidos en el tiempo sobre mi noción del fútbol, forman parte de mi geografía espiritual, de mi «realidad radical» que diría Ortega y Gasset. Ese «yo» que se construye como un relato que mezcla sinsabores, sufrimiento, dicha y emoción. Debo confesar que, dentro de todo ese universo personal, la figura de Coke Andújar suele ser convocada por mi memoria en las noches de difícil relación con la almohada. Concretamente, su figura emerge en el recuerdo de la final de Basilea, aquel encuentro contra un todopoderoso Liverpool que solo ahora valoran los medios de la Corte, pero que empezó a fraguarse con el gran Klopp allá por 2015.
El doce de octubre tendrá lugar el acto de inauguración de la peña sevillista Coke Andújar, y yo no dejo de recordar aquella final que parecía perdida de antemano. Partíamos con una clara inferioridad presupuestaria y de apoyo en las gradas, lo que, unido al primer gol en contra, hacía que pareciera imposible revertir la situación. Sin embargo, tras el descanso, la vida fue de otra manera; la vida dijo no a sus propias certezas y todo se iluminó. Sé que Coke es amante del teatro, y por ello plasmo aquí esta cita de Ionesco: «el hecho de ser habitados por una nostalgia incomprensible sería, al fin y al cabo, el indicio de que hay un más allá». Y es que ese nostálgico más allá es parte de mí, parte inseparable de aquel yo algo más joven que limitaba el grito de ¡gol! En la garganta porque sostenía a su hijo febril de un año entre sus brazos. Siempre me pregunté si aquella fiebre no vendría dada por ese lazo umbilical que son los colores y el escudo, una suerte conexión que no debe ser cortada ni curada, sino alimentada con un orgullo casi aristocrático.
Ser del Sevilla es ser un dandi, una especie de Proust delicuescente que rememora hazañas asombrosas; ser del Sevilla es ser dramático (en el sentido teatral de la palabra) y cambiar el guion cuando todo está perdido con ayuda de actores eternos como Coke, quien aquella noche nos dio un telón imposible de bajar o, mejor dicho y apoyándome en palabras de Coetzee, «no una imagen visual que arde cuando queda impresa en la retina, sino una imagen sensorial capaz de activar la idea que yace enterrada para siempre en el sustrato de la memoria».
Gracias por la imagen, Capitán.
Un dentista uruguayo que escribe teatro, un boticario novelista, una farmacéutica nuclear, un abogado columnista, un productor de cine portero de fútbol sala y un filósofo editor.